jueves, 30 de abril de 2009

¿El género hace al síntoma? Masculinidad y trastornos obsesivos

¿El género hace al síntoma?
Masculinidad y trastornos obsesivos
Teresa Quirici

INTRODUCCION
Para los que nos hemos dedicado a la clínica psicoanalítica, hay preguntas que durante años han quedado sin respuesta. Una de ellas: ¿por qué los hombres son obsesivos y las mujeres histéricas?
Cifras estadísticas corroboran esta incidencia por sexo de la neurosis obsesiva. El DSM IV nos dice que los trastornos obsesivo-compulsivos de la personalidad son diagnosticados dos veces más en los hombres que en las mujeres.
Los estudios de género han permitido dar cuenta de la prevalencia de la histeria entre las mujeres, mostrando cómo las instituciones culturales normativizan de manera diferente el ejercicio de la sexualidad en cada sexo. Para el varón, una sexualidad plenamente legitimada, un deseo autónomo, en estado puro, que lo ubica como "sujeto de deseo". Para la mujer, una sexualidad sólo legitimada por el amor. La mujer ha quedado reducida a poco más que un cuerpo que incita el deseo del hombre, ha sido pasivizada como "objeto de deseo". Si pensamos que el ideal femenino tradicional propone a la mujer el cultivo de sus dotes seductoras, a la vez que le prohibe el libre goce de su sexualidad, es fácil comprender la incidencia mayor de la histeria en el género femenino. Con su frigidez la histérica reivindica el deseo de ser reconocida y no solamente deseada, como ha propuesto Emilce Dío (1985). ¿Podría el género también dar cuenta de la prevalencia de los trastornos obsesivos en los hombres? Este es el tema que me propongo desarrollar hoy. Intentaré articular masculinidad con obsesividad, tomando como ejes la masculinidad tradicional – la que habitualmente todos reconocemos como tal en nuestra cultura – y la conceptualización clásica freudiana acerca de la neurosis obsesiva, que considero una referencia obligada para todos los que nos dedicamos a la clínica psicoanalítica. Recordaremos brevemente que Freud plantea como pre-requisito para su génesis la fijación o la regresión a la fase libidinal sádico-anal, que da cuenta del importantísismo papel que los impulsos de odio desempeñan en su sintomatología. Esta teoría, que establece una correlación entre las fases libidinales y los cuadros psicopatológicos, se enmarca en el sesgo biologista del pensamiento freudiano que privilegia el cuerpo sobre la mente y que busca el sustento corporal que de cuenta de los procesos anímicos. Se trata de una visión no sólo biologista sino además endogenista del psiquismo. Las investigaciones actuales, que los estudios de género avalan, han indicado la necesidad de nuevos paradigmas para la comprensión de la subjetividad y de la génesis de los cuadros psicopatológicos. Me refiero a la introducción del concepto de intersubjetividad. Si el bebé nace a un mundo simbólico que lo precede y que le es vehiculizado por sus padres y su entorno, a través de mensajes impregnados de significaciones, tenemos que pensar en una subjetividad no sólo asentada en la erogeneidad del individuo aislado sino también en la relevancia de los vínculos para su estructuración. Es desde este modelo intersubjetivo [RHR1] que me propongo plantear una articulación posible entre masculinidad y trastornos obsesivos. He orientado mis reflexiones alrededor de tres ejes temáticos: 1-el DESEO predominante en los síntomas obsesivos, 3- los MECANISMOS DE DEFENSA típicos de este cuadro y 3- EL SENTIDO DE LAS TENDENCIAS HOMOSEXUALES inconscientes de estos pacientes. Finalmente, he intentado una re-lectura del Historial del Hombre de las Ratas desde la perspectiva de la masculinidad EL DESEO HOSTIL Y LA MASCULINIDAD La clínica indica que las tendencias hostiles son de singular importancia en determinadas afecciones, en especial en la neurosis obsesiva y en la paranoia. Si recordamos el historial del Hombre de las Ratas, paradigmático de la neurosis obsesiva, recordaremos la lucha defensiva del paciente contra los deseos inconscientes de muerte de su padre y de la mujer que ama, que aparecen en la consciencia como temores (Freud, 1909). Que los contenidos de los síntomas obsesivos están asociados a temas de odio, de muerte, de matar, de autoeliminarse, de violación, de robo, de blasfemar, de preferir palabras obscenas, es un dato que quizás sea relevante para nuestros propósitos. Así como la neurosis histérica de Dora es una historia de amor, Eros está en primer plano, en la neurosis obsesiva sentimos la presencia de la[RHR2] muerte, de Tánatos (Green A., 1983). El género, en tanto construcción sociohistórica y por lo tanto perteneciente a una dimensión simbólica, estructura en forma diferente los sistemas narcisistas Yo-ideal, Ideal del yo y al Superyo que legitimará, o no, la puesta en acto de las pulsiones tanto agresivas como sexuales en cada sexo. En nuestra cultura, y en la mayoría de las culturas estudiadas por la antropología, la agresividad está indicada para la masculinidad y contraindicada para la feminidad. En la mujer, la conducta hostil recibe una doble sanción: moral y de género. (Dio, E., 1997). No es tolerada y provoca en la agresora sentimientos de culpa. Cuando debería enojarse, la mujer se deprime (Meler, I., 1996). En el hombre, la agresividad, en tanto integra el narcisismo de género es egosintónica y considerada un atributo "natural" de la masculinidad. Esta visión de la "naturaleza" agresiva del varón está muy arraigada en el pensamiento popular e incluso ha recibido apoyo científico por parte de biólogos y psicólogos. Se ha sostenido que la agresividad del varón, pruebas incluidas, se desprende de su anatomía y hormonas masculinas. El antropólogo biológico Konner en un difundido ensayo, llega a la conclusión de que la testosterona, principal hormona masculina, predispone al varón a un nivel de agresividad apenas más elevado que el de la mujer. (Konner, M., citado por Gilmore, D., 1994), con lo cual da un duro mentís a las teorías que naturalizan la hostilidad masculina. De todas maneras, es un hecho comprobable que la violencia tiene, en la vida y en la muerte de los hombres, una mayor incidencia que en las mujeres. Las cifras estadísticas que analizan las muertes por causas violentas – accidentes, homicidios o suicidios – muestran una apabullante prevalencia entre los varones (Inda, N., 1996). Que los hijos varones son más barullentos, inquietos, que sus juegos son más [RHR3] bruscos y que son más agresivos, que siempre andan llenos de machucones y lastimaduras, son lugares comunes cuando se les pide a los padres y madres que los definan. Y en realidad es así, pero lo que generalmente se desconoce es que ellos mismos han codificado la agresividad como un atributo valorado, integrante de la masculinidad tradicional. Y se desconoce también que las diferencias observadas entre varones y niñas son ya el producto de un modelaje cultural, en el que ellos han participado activamente aún sin saberlo. Me refiero a las distintas maneras en que los adultos se acercan a los bebes: movimientos bruscos, timbre de voz más alta para los varones, movimientos más suaves y voz más "aniñada" para las niñas: primeros estímulos para la futura mayor agresividad del hombre y tendencia a la dulzura en la mujer. Los estilos de crianza diferentes según el género continúan durante toda la infancia. Mabel Burín (2000) cita investigaciones que muestran cómo los padres suelen ser más severos y exigentes con los hijos varones, llegando incluso a la coerción física. Con las hijas, por el contrario, son más cariñosos y utilizan con ellas principalmente la coerción verbal. Hasta aquí me limito a mostrar la relación entre masculinidad, deseos hostiles y trastornos obsesivos, que sería equivalente, pienso, de una fórmula que conjugue feminidad, deseos amorosos e histeria. MECANISMOS DE DEFENSA OBSESIVOS Sabemos que los mecanismos de defensa son utilizados por el yo para mantener afuera de la conciencia determinadas representaciones intolerables e impedir el desarrollo de afectos penosos. A partir de los estudios de género que el psicoanálisis ha integrado dentro de su teoría del aparato psíquico, también sabemos que el género es un atributo del yo. Como bien ha esclarecido Emilce Dio, "el yo es desde su origen una representación del sí mismo genérico", no hay feminidad ni masculinidad ni anterior ni posterior al yo, ya que el yo se constituye en las identificaciones primarias del niño o niña con sus padres, especialmente con su doble de género (1997, pág.65); y por las identificaciones proyectivas de estos hacia el niño/a, que implantarán en sus hijos los significados culturales de la masculinidad o feminidad y los provenientes de sus propias historias individuales. Propongo como hipótesis, considerar que este yo "impregnado de género" se ve compelido[RHR4] a diseñar defensas de un matiz especial, que eviten el conflicto con lo que es propio de sus atributos genéricos. En otros términos, diríamos que el género actúa como un marco, o un guión al que el yo deberá ceñirse (o ajustarse) para desarrollar[RHR5] los mecanismos defensivos. Si pensamos que para la mujer el mandato cultural prohibe el libre ejercicio de sus pulsiones sexuales y agresivas, no es de extrañar que la represión sea el mecanismo princeps del yo femenino. "Inhibición, Síntoma y Angustia" es el texto en el que Freud (1925) consolida sus conceptualizaciones acerca de las neurosis. Cuando se refiere a la neurosis obsesiva, no se muestra conforme y, aunque se mantiene fiel a su teoría del complejo de Edipo como nuclear, considera que el problema de esta neurosis está aún sin terminar de resolver. En relación con los mecanismos de defensa, resalta el importantísimo papel de la regresión de la fase fálico-genital a la sádico anal más temprana, regresión que determinará todo el curso posterior del proceso. Esta regresión, aquí considerada una defensa del yo frente a las exigencias de la libido, provoca una disociación, defusión de las pulsiones de Vida y Muerte. Los impulsos libidinales tomarán un disfraz de violencia y crueldad. Esta regresión, entonces, da cuenta del mundo fúnebre del obsesivo, donde todo es peligro, muerte, crimen. El yo se resiste a la emergencia en la conciencia de estos impulsos crueles, utilizando los dos mecanismos típicos de esta neurosis: el aislamiento y la anulación. El aislamiento es, según Freud, una técnica defensiva peculiarísima de la neurosis obsesiva. El suceso no es olvidado pero sí es despojado de su afecto y suprimidas o interrumpidas sus conexiones asociativas. La representación continúa en la conciencia pero separada del afecto correspondiente. El afecto, desligado de su representación significativa puede unirse a otra representación insignificante o "subir ", podríamos decir, al pensamiento, sexualizándolo. Esta sexualización quizás explique la omnipotencia del pensamiento y la frecuencia de los mecanismos de racionalización e intelectualización. En la clínica es común que se aprecie el empobrecimiento emocional de estos pacientes: suelen expresar afectos en forma muy controlada y se sienten incómodos en presencia de personas emocionalmente expresivas. Son formales y serios, donde otros ríen y están contentos. Se preocupan por lo lógico, lo intelectual y son intolerantes con el comportamiento afectivo de los demás; les cuesta expresar sentimientos de ternura (DSM IV – Trastornos obsesivo-compulsivo de la personalidad). A riesgo de ser catalogada de sexista: ¿No parece una descripción tal vez un poco exagerada del carácter "normal" de los hombres de nuestra cultura?.(HA ESTA PUESTO) Vayamos ahora hacia el mecanismo de la anulación –o de magia negativa, como dice Freud- que consiste en la realización de un acto que suprime al anterior. El ejemplo clásico es el de la piedra en el camino, que el Hombre de las Ratas por odio colocaba para que su amada sufriera un accidente que luego, por amor, la retiraba. En el comportamiento normal, este mecanismo de anulación aparece en la decisión de considerar algo como "no sucedido", prescindiendo por completo del suceso y de sus consecuencias, sin ocuparse de él para nada. Y, nuevamente debo de afrontar el riesgo de ser acusada de sexista: ¿No es común que luego de una desavenencia conyugal, que ha desencadenado en la mujer sentimientos de dolor o rabia persistentes, se encuentre con un marido que vuelve a la casa "como si nada hubiera pasado"? y que pregunta: "¿Por qué tenés esa cara?" O "¿qué te pasa ahora?" Y que agrega: "Eso ya fue, ya pasó", cuando le recuerda el suceso que la ha sumido en este estado. ¿Seremos las mujeres tan proclives a usar este mecanismo? Sería interesante conocer la opinión que los hombres tienen de nosotras en este punto. Varios aspectos se dan aquí como solidarios: la disociación entre la representación y el afecto, la anulación, los temas de agresión, muerte y odio y la erotización del pensamiento. El problema es cómo vincularlos. ¿No podríamos plantearnos la conexión que todos poseen con la masculinidad?. ¿Acaso no se privilegia en el hombre el poder de la razón, de la inteligencia sobre los afectos? ¿No es la afectividad el terreno propio de la feminidad? El hombre se ve compelido a ejercer un permanente autocontrol para regular la exteriorización de sus sentimientos de dolor, de tristeza, de amor, de placer (Corsi, J., 1995) Está "mutilado del afecto" como propone Dierichs (cit. Por Badinter, 1992). Por otra parte la agresividad, la violencia, el estar preparado para el combate, la competencia, la actitud pendenciera, la disposición para correr riesgos que pongan incluso en peligro la propia vida ¿no son valores asociados a la virilidad en la mayoría de las culturas?. Aparentemente en nuestra sociedad occidental, los ideales masculinos han variado muy poco en el curso de los siglos. A través del cine y la televisión, se consumen masivamente héroes viriles que conjugan la disposición agresiva con la inexpresividad emocional. Son ejemplos el cowboy, el gangster italoamericano, el detective privado y las verdaderas caricaturas de masculinidad representadas por Rambo o por Terminator, máquina de destruir, despojado ya de toda humanidad. ¿Podemos entonces extrañarnos de la incidencia mayor de los trastornos obsesivos en el sexo masculino? Resumiendo: mi idea es que el yo va a utilizar aquellos mecanismos de defensa que no contradigan los ideales narcisistas de su género. Dicho en otros términos: los mecanismos de defensa, elementos claves a la hora de diferenciar una neurosis de otra, llevan impresos la marca del género. TENDENCIAS HOMOSEXUALES INCONSCIENTES El origen de los impulsos homosexuales inconscientes en los obsesivos encuentra explicación - según la teoría oficial – en la represión y regresión sádico anal de los componentes edípicos negativos. La presencia de fantasías homosexuales es ciertamente frecuente dentro del cuadro. Un paciente obsesivo de M. Bouvet le comunica sueños de relaciones homosexuales con su padre (M. Bouvet, 1983, pág. 168): "La felicidad que experimentaba en esos sueños era absolutamente extraordinaria, ya no tenía miedo de nada, me sentía fuerte..." Otro paciente relata este sueño transferencial: "He soñado que teníamos una relación sexual, participaba de su fuerza y de su virilidad, tenía el sentimiento de una expansión, de una certidumbre, no tenía ya miedo, lo llevaba dentro de mí" (negritas son nuestras) Un paciente obsesivo grave, al que se refiere Silvia Bleichmar, (1992) al tener relaciones sexuales con una mujer siente que otro lo penetra analmente con su pene y de esta manera logra la potencia necesaria para el ejercicio genital. Tres ejemplos clínicos que confluyen en la misma idea, de una homosexualidad que no parece orientada exclusivamente a la búsqueda del placer sexual sino también "descentrada" de la sexualidad y asociada a la afirmación de la virilidad, la potencia y la fuerza. En suma, de los ideales de la masculinidad. Sabemos, a partir de las investigaciones de Stoller (1992) que el supuesto freudiano de una identidad masculina inicial en el varón ha sido suplantado por la teoría que sostiene que la fase más temprana en el niño no es de masculinidad sino de protofeminidad, inducida por la fusión que se produce en la simbiosis madre-hijo. Cuanto más prolongada sea esta fusión y menos presente esté la figura del padre para interrumpirla y servir de modelo de identificación, mayor será la feminidad de un varón. Por su lado, el niño debe erigir barreras intrapsíquicas que lo resguarden del deseo de "ser uno" con la madre, en las que colaboran, de manera privilegiada, el desarrollo de sus funciones yoicas. La identidad masculina es[RHR6] secundaria y se define por la negativa: ser hombre es no ser mujer y el hacerse hombre es una ardua tarea, nunca concluida totalmente, porque el peligro de la regresión a la simbiosis con la madre está siempre al acecho. ¿Cómo se identifica el niño con el padre, a la vez que logra desidentificarse de la madre?. Sabemos que la identificación se basa en la incorporación – introyección, como modo de apropiación simbólica del objeto. Estas fantasías homosexuales, a veces actuadas, ¿no podrían inscribirse en la línea de la búsqueda de la identificación con la fuerza, la potencia, la virilidad del padre, es decir, de los ideales narcisistas del género y no solamente en aquella de la pura sexualidad? Paradojas de la constitución sexual masculina, como afirma S. Bleichmar (1992), que marca el acceso a la masculinidad a través de la incorporación anal "homosexual" del pene. Paradoja, especialmente en una sociedad como la nuestra, homófoba, que equipara masculinidad con el ejercicio exclusivo de la heterosexualidad. Contribuciones desde la antropología corroboran esta línea de pensamiento. Herdt (1992) ha investigado durante años la cultura sambia de Nueva Guinea, y ha descrito con detalle los ritos de iniciación a los que son sometidos los niños para conformarlos de acuerdo a los ideales masculinos de su grupo. Señalaremos aquí la felación ritual obligatoria con adultos jóvenes solteros, que tiene como principal objetivo la ingestión del semen, sin la cual, según ellos, no se hace posible la maduración masculina. En términos psicoanalíticos diríamos que se trata de una incorporación – introyección oral de la masculinidad. Badinter (1992) utiliza la expresión "pedagogía homosexual" para referirse a este aprendizaje de la virilidad a través de las prácticas homosexuales. Por otra parte, esta pedagogía ha tenido un carácter institucional no solamente entre los antiguos griegos y romanos, como seguramente todos conocemos, sino también en otras culturas y en otros tiempos: los escandinavos del medioevo y los samurai japoneses (Gilmore, 1994) también recurrían a ella. Luego de esta brevísima mirada a los aportes de la antropología en relación con la homosexualidad iniciática de la masculinidad, debemos retornar al campo psicoanalítico. Una precisión se impone: estos deseos homosexuales, presentes en los obsesivos ¿corresponden a una plena elección de objeto realizada en el marco del Complejo de Edipo y que implica una completa comprensión de la naturaleza sexual de la relación entre los padres, de la función específica de los órganos genitales en el coito y en el apogeo de la función genital? ¿Expresan sólo el deseo de identificarse al padre sexuado, genitalmente potente, poseedor de la madre, a través de la incorporación de su pene? ¿O es el pene, en tanto significante del falo, símbolo de la fuerza, la potencia, la genitalidad, atributos todos de la masculinidad, lo que se espera incorporar también a través del contacto homosexual? ¿Se trata de homosexualidad, en sentido estricto o de homoerotismo? ¿Y porqué no de homosexualidad y homoerotismo? Pienso que es hacia esta última línea de interpretación que nos orientan los sueños de los pacientes de Bouvet y las prácticas homosexuales de los antiguos griegos y de los sambia contemporáneos. Relación dual, narcisista, especular, como quiera llamársela, que nos señala el camino hacia las raíces, en la etapa preedípica, de la identidad de género. "Psicología de las masas y análisis del yo", y "El yo" y el "ello", son dos textos en los que Freud (1921-1923) hace referencia al vínculo más primitivo del niño con sus padres, en la prehistoria del complejo de Edipo. Aquí conceptualiza lo que se han denominado identificaciones primarias, que permiten dar cuenta de las etapas precoces de la identidad de género, desde el marco de la teoría psicoanalítica. El niño hace de su padre un ideal, quisiera reemplazarlo en todo, en una conducta estrictamente masculina y que se concilia muy bien con el complejo de Edipo, a cuya preparación contribuye. Querría focalizar nuestra atención en el carácter preparatorio de estas identificaciones primarias. En efecto, llegado el niño a la etapa edípica, sexual y reconociendo que el padre es el objeto de amor de la madre y que el padre desea genitalmente a la madre querrá imitarlo y reemplazarlo en su lugar junto a ella. Por otra parte, para que la amenaza de castración sea efectiva, debe hacerlo sobre una ya establecida identidad masculina debidamente narcisizada. En realidad el niño teme perder el pene y transformarse en mujer. Para decirlo más precisamente, lo que el niño teme es perder su masculinidad, de la que el pene es el símbolo. Como nos dice E. Dio, si esta identidad se halla consolidada "a lo que conduce el desenlace edípico es a una normativización del deseo, a la elección de objeto heterosexual. Su fracaso a lo sumo puede alterar tal "normalidad" y pervertir el deseo, no el género" (E. Dío, 1985, pág. 48-49). Por lo tanto, una orientación heterosexual en el adulto presupone siempre una ligazón amorosa fuerte con el padre en la infancia, sin la cual la adecuada identificación masculina no se hace posible. (Laplanche, 1987). Es en este sentido que podemos considerar las identificaciones primarias como preparatorias del complejo de Edipo. Podría formular aquí una hipótesis: que las tendencias homosexuales de los obsesivos, aunque correspondan a una plena elección de objeto, tienen su fundamento en una no totalmente adecuada consolidación de la masculinidad en las etapas tempranas, preedípicas, de la estructuración de la identidad de género y expresan la necesidad de afirmación de la virilidad. LA MASCULINIDAD EN EL HOMBRE DE LAS RATAS Quizás el célebre historial de Freud (1909) venga en nuestra ayuda para avanzar un poco más en esta línea de pensamiento. Podríamos proponernos su re-lectura, centrando nuestro interés en las identificaciones del paciente, aunque más no sea brevemente. Que Pablo, el Hombre de las Rata, tiene una identidad de género masculina y una orientación heterosexual del deseo, por lo menos en lo manifiesto, parecería fuera de toda cuestión. La influencia que sobre él ejercen los hombres – sus amigos, sus compañeros del servicio militar – con los que inicia su primera sesión del tratamiento y que Freud interpreta como expresión de sus tendencias homosexuales reprimidas, podrían ser re-interpretadas, a la luz de los nuevos conocimientos de la subjetividad masculina, como la búsqueda del reconocimiento narcisista de su hombría. Reconocimiento que, como sabemos, los hombres necesitan siempre recibir de sus congéneres. Las preguntas que Pablo se formularía podrían ser: ¿Qué clase de hombre soy? ¿Hombre débil o vigoroso? ¿Valiente o cobarde? ¿Inteligente o tonto? ¿Irreprochable o criminal? ¿Valorado por Freud y aceptado como hijo político o rechazado? El padre de Pablo, según sabemos por el historial, era un modelo de hombre irascible y violento, que sometía a sus hijos a severos castigos. Cuando el paciente era todavía un niño muy pequeño, recibió una dura golpiza por haber mordido a una institutriz. Agresividad plenamente permitida por el padre para sí y totalmente prohibida para el hijo. El padre es quien lo estaba golpeando y paradójicamente, le estaba proponiendo a su hijo una identidad de criminal. "Este niño será un gran hombre o un gran criminal", dijo al término de la paliza. En el terreno de la sexualidad, el padre se opuso a las inclinaciones sensuales de su hijo en la infancia y también en la adultez, aconsejándole alejarse de la mujer que amaba. Pero, por otro lado, Pablo sospechaba que su padre se permitía tener aventuras extramatrimoniales. De nuevo nos enfrentamos a un padre que legitima el ejercicio pleno de la sexualidad, poligamia incluida, para sí, pero que la desalienta en su hijo. El investimento pleno de la sexualidad, del deseo autónomo, independiente del amor en el hombre están socialmente inducidos y se constituyen en prueba de hombría. En Pablo, toda manifestación pulsional que tienda a valorizar su género, ha sido prohibida. Sólo después de la muerte de su padre, siendo Pablo ya adulto, comienza a tener relaciones sexuales. ¿Qué modelo de masculinidad ha favorecido este padre en su hijo? De la madre el Hombre de las Ratas, poco o nada sabemos, ella es la gran ausente del historial. Sólo sabemos que pertenecía a una familia acaudalada, que acogió al padre en las empresas familiares. El padre estaba enamorado de una joven sin fortuna a la que abandonó para concertar esta boda por interés. Probablemente a los ojos de Pablo, el poder por lo menos económico, lo tenía la madre. No sabemos si la madre favoreció o no, una prolongada fusión con su hijo, pero sí surge claramente del texto que el padre no cumplió adecuadamente con su misión de donador, narcisizante de su masculinidad. Si recordamos el ritual del espejo, cuando Pablo mira su pene desnudo, imaginando que su padre está próximo, ¿no estará buscando una mirada paterna que lo masculinice?. En muchos aspectos, Pablo presenta actitudes que podríamos catalogar de femeninas: dependencia frente al padre, dificultad para tomar decisiones, pasividad, negativa a tener relaciones sexuales con una joven que lo requiere, cobardía, escasa actividad sexual... El análisis con Freud fue exitoso y podemos suponer que a través de su relación transferencial logró consolidar una identidad masculina firme. Desgraciadamente, pocos años después murió "como todo un hombre", en la guerra. Una última pregunta: ¿predisposición constitucional, como propone Freud para la neurosis obsesiva o predisposición adquirida a través de la construcción de la masculinidad? Quizás la respuesta apropiada sea que es cierto lo uno y lo otro, considerados como enfoques complementarios. Lo que sí afirmo fuera de toda cuestión es que el no tomar en cuenta la marca del género hace más difícil una adecuada comprensión psicoanalítica de las neurosis.

Teresa Quirici: Psicologa y psicoanalista, especializada en estudios de genero y en violencia domestica. Ha sido docente de Psicologia en el Instituto Magisterial Superior del Uruguay. Es docente de Psicoanalisis en la Asociacion Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalitica (AUDEPP). Ha publicado, en colaboracion, el articulo "El genero en la construccion de la subjetividad. Un enfoque psicoanalitico"(en "Femenino-Masculino ". Psicolibros, Montevideo, 2000). Colabora como psicoterapeuta en "Mujer Ahora", organizacion no gubernamental dedicada a la asistencia de mujeres victimas de violencia domestica

miércoles, 1 de abril de 2009

Delincuencia juvenil y Psicopatía hoy : O soy yo o sos vos


Delincuencia juvenil y Psicopatía hoy : O soy yo o sos vos!

El presente articulo tiene por objetivo responder a un interrogante social generalizado en la actualidad sobre la conducta de los jovenes delincuentes por lo general marginales que cometen “robos seguidos de muerte” o “asesinato seguido de robo”. La delincuencia juvenil que vemos a diario hoy mas que nunca parece hallarse asociada a lo que en el ambito psicologico-psiquiatrico se conoce muy bien como Psicopatía (tambien desde el Psicoanalisis "Perversión" o "Trastorno antisocial de la personalidad" desde el diagnostico DSM psiquiatríco). y es algo que a mi modo de ver hay que dar a conocer públicamente y objetivar legalmente de una vez por todas, sobre todo para mejorar la justicia y la seguridad sociales en un país en donde no las hay. Vemos chicos en edades biológicas y/o etapas del desarrollo de sus vidas en que se supone que estan creciendo, conociendo el mundo y en que se hallan en pleno desarrollo psiquico y fisico pero que concretamente ya a los 11 o 12 años (casi al comienzo de la adolescencia sino antes) llevan un concepto del vivir límite y de hecho un modo de vida vinculado directamente con dos cuestiones: La supervivencia y la muerte. Para estos chicos en “edades inocentes” la ciudad en que viven parece ser como el lejano Oeste, donde quien es más rápido en desenfundar es el que sobrevive, y matar a otro individuo no cuestiona demasiado su conciencia moral porque su psiquismo siempre encuentra la salida a una culpabilización externa para sus actos. Mucha gente victima de los delitos seguidos de muerte injustificados se pregunta ¿Por qué matan?, ¿con qué necesidad?, ¿no tienen familia?,¿no les importa la vida de un inocente? etc. A esta altura de los hechos que vemos a diario en el país, que nos enteramos o que directamente nos toca vivir de cerca podemos responder como ciudadanos con toda confianza que aquellas preguntas son casi respuestas. Hay muchas caracteristicas clinicas y sociales que se dan en estos jóvenes que no son la de un sujeto “normal” en el sentido medico (Psiquiatría) o en el sentido de la neurosis (Psicoanalisis) y en el sentido social de quien desea vivir en sociedad. De allí quizás la denominación de Trastorno antisocial de la personalidad del DSM psiquiatrico, y estos sujetos no tienen caracteristicas personales que favorezcan el lazo social positivo (que incluyen sentimiento de solidaridad, comprensión, empatía, compasión, amor etc) ya a esa edad tan temprana como lo es el principio de la adolescencia. Por el contrario son sujetos que se piensan “aparte” de la sociedad, a la cual ven y viven en el fondo con un tinte agresivo, confrontativo pero, en su concepción, es ella la agresiva y maldita que está en contra de ellos y contra la cual deben defenderse. Una vez un psicópata adolescente con historia delictiva calificada me dijo: "Está peligrosa la sociedad ¿no?". Es decir un concepto del mundo al revés!. En un informe televisivo de un conocido canal de Bs.As. le preguntaban a un joven de 18 años,preso por homicidio y robo calificado, si volvería a matar luego de salir, justificó diciendo: “Y nó, ahora ya no dá porque está brava la policia, y la proxima ligo un tiro a la cabeza”. Es decir no hay comprensión del porqué de la normal social, lo que tendría que ver con una minima etica ciudadana. Otro sujeto de 17 años quién había asesinado a un policia recientemente en un enfrentramiento , contestó sencillamente: “Y si, si lo tengo que hacer lo hago, o son ellos o somos nosotros”. Más allá de lo que expresen estos jóvenes sujetos, sus actos lo demuestran todo y ante un psicopata fundamentalmente estoy de acuerdo con el Dr Marietan (especialista en psicopatía) que hay que guiarse por sus actos, dada la falta de valor en la palabra que posée y la sutil manipulación que ejercen sobre el otro para conseguir lo que desean al precio que sea. Al contrario de una persona “normal” o neurotica, ellos no dudan en el momento de realizar un acto que en el caso de cualquier persona sana o normal lo llevaría a “pensar dos veces” antes de hacerlo incluso si estaría en posición de victima de robo. Tampoco, a la hora de indagar luego del hecho, se suelen registrar signos de culpabilidad o remordimientos acerca del daño y dolor innecesario que se causó por la muerte de una persona inocente. En su lugar se observa claramente el surgimiento de una contraacusación a otros, a la situación, a la sociedad que no les dá, al que tiene, culpabilización por factores externos, etc mecanismo para diluir entre ellos su responsabilidad de decidir sobre la vida de otro en el instante en que él lo desée. Así este sujeto no asume ninguna responsabilidad e intrapsiquicamente el mecanismo por excelencia que se observa inmediatamente en la respuesta al indagar sobre el hecho es de proyección total de la culpa al exterior. quedando luego de su justificación asombrosamente (porque es asombroso) en posición de victimas. A tal punto de justificarse mediante un involucramiento de muchas personas no directamente relacionadas al asunto e inclusive culpando a la propia victima por merecerlo. Personalmente pienso que esto no puede no estar fuera de la Psicopatía la cual debo decir fria y lamentablemente que “no tiene cura”, en el sentido de que no existe solucion terapeutica permanente, dado que es una estructuracíon de la personalidad que comienza en su temprana infancia y en realidad es un modo de ser, entender y afrontar la vida y no una “locura pasajera” a causa de sólo algun hecho traumatico en particular (como se intenta justificar) en la vida por ejemplo, del un delincuente que asesina a sangre fría, por el cual el sujeto se comporta de determinada manera o comenzaría a cometer determinados actos. Es un tipo de desarrollo vinculado con la crianza y educación que comienza dentro de la familia en la relación con las figuras parentales que el chico se constuye en la infancia (de respeto, de autoridad, de normas, o de doble discurso, abandono, agresión, violación de sus derechos, anarquía, desintegración , etc) que luego va a proyectar sobre el mundo externo al que sale a vivir: el cual "le traerá problemas", es decir, la sociedad (con su etica, moral, exigencias, codigos sociales, leyes culturales y judiciales, etc). En este sentido la familia es basicamente el nucleo de la sociedad. La psicopatía tiene una caracteristica fundamental que ayuda a entender en el mundo psicológico en que viven estos sujetos. El modo imaginario de relacion con el otro (J.Lacan) en el cual no está tenida en cuenta ninguna terceridad que haga de mediación entre la relación conflictiva o no de dos personas, es decir en una confrontación con otro y que los saque de alguna manera de la disputa que implica este tipo de relación dual que es patológica al momento de convivir en sociedad. Cuando salen a la calle esto se proyecta sobre cualquier tipo de figura de autoridad que implique para otros tanto respeto, admiración o modelo de alguna ley (como lo es la policia, un juez, un profesor, un maestro etc y por supuesto la imagen del padre de familia del cual emerge toda la cuestión). Este articulo no está hecho con lenguaje para profesionales sino para gente común que quiere entender el tema y por lo tanto lo expongo muy resumido, llendo sin demasiadas mediaciones teoricas (dado que las hay y con muchos caminos) al origen directo de la cuestión. Daré a conocer en lo que sigue la descripción del cuadro de la psicopatía que figura en el manual DSM-4 desde donde todos los profesionales deben diagnosticar con validez legal a un paciente. La razón por la que expongo esta psicopatología es porque es sencilla para la causa por la que está escrito el articulo, que el ciudadano común se anoticie, piense y tome sus posturas frente al problema que vivimos a diario llamado "la inseguridad".

La característica esencial del Trastorno antisocial de la personalidad es un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás, que comienza en la infancia o el principio de la adolescencia y continúa en la edad adulta.

Este patrón también ha sido denominado psicopatía, sociopatía o trastorno disocial de la personalidad. Puesto que el engaño y la manipulación son características centrales del trastorno antisocial de la personalidad, puede ser especialmente útil integrar la información obtenida en la evaluación clínica sistemática con la información recogida de fuentes colaterales.

Para que se pueda establecer este diagnóstico el sujeto debe tener al menos 18 años (Criterio B) y tener historia de algunos síntomas de un trastorno disocial antes de los 15 años (Criterio C). El trastorno disocial implica un patrón repetitivo y persistente de comportamiento en el que se violan los derechos básicos de los demás o las principales reglas o normas sociales apropiadas para la edad. Los comportamientos característicos específicos del trastorno disocial forman parte de una de estas cuatro categorías: agresión a la gente o los animales, destrucción de la propiedad, fraudes o hurtos, o violación grave de las normas. Están descritas con más detalle en "Trastorno disocial (Conduct disorder)"

El patrón de comportamiento antisocial persiste hasta la edad adulta. Los sujetos con un trastorno antisocial de la personalidad no logran adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al comportamiento legal (Criterio A1). Pueden perpetrar repetidamente actos que son motivo de detención (que puede o no producirse) como la destrucción de una propiedad, hostigar o robar a otros, o dedicarse a actividades ilegales. Las personas con este trastorno desprecian los deseos, derechos o sentimientos de los demás. Frecuentemente, engañan y manipulan con tal de conseguir provecho o placer personales (p. ej., para obtener dinero, sexo o poder) (Criterio A2). Pueden mentir repetidamente, utilizar un alias, estafar a otros o simular una enfermedad. Se puede poner de manifiesto un patrón de impulsividad mediante la incapacidad para planificar el futuro (Criterio A3).

Las decisiones se toman sin pensar, sin prevenir nada y sin tener en cuenta las consecuencias para uno mismo o para los demás, lo que puede ocasionar cambios repentinos de trabajo, de lugar de residencia o de amistades. Los sujetos con un trastorno antisocial de la personalidad tienden a ser irritables y agresivos y pueden tener peleas físicas repetidas o cometer actos de agresión (incluidos los malos tratos al cónyuge o a los niños) (Criterio A4). Los actos agresivos necesarios para defenderse a uno mismo o a otra persona no se consideran indicadores de este ítem. Estos individuos también muestran una despreocupación imprudente por su seguridad o la de los demás (Criterio A5). Esto puede demostrarse en su forma de conducir (repetidos excesos de velocidad, conducir estando intoxicado, accidentes múltiples). Pueden involucrarse en comportamientos sexuales o consumo de sustancias que tengan un alto riesgo de producir consecuencias perjudiciales. Pueden descuidar o abandonar el cuidado de un niño de forma que puede poner a ese niño en peligro.

Los sujetos con trastorno antisocial de la personalidad también tienden a ser continua y extremadamente irresponsables (Criterio A6). El comportamiento irresponsable en el trabajo puede indicarse por períodos significativos de desempleo aun teniendo oportunidades de trabajar, o por el abandono de varios trabajos sin tener planes realistas para conseguir otro trabajo. También puede haber un patrón de absentismo no explicado por enfermedad del individuo o de un familiar. La irresponsabilidad económica viene indicada por actos como morosidad en las deudas y falta de mantenimiento de los hijos o de otras personas que dependen de ellos de forma habitual. Los individuos con trastorno antisocial de la personalidad tienen pocos remordimientos por las consecuencias de sus actos (Criterio A7). Pueden ser indiferentes o dar justificaciones superficiales por haber ofendido, maltratado o robado a alguien (p. ej., «la vida es dura», «el que es perdedor es porque lo merece» o «de todas formas le hubiese ocurrido»). Estas personas pueden culpar a las víctimas por ser tontos, débiles o por merecer su mala suerte, pueden minimizar las consecuencias desagradables de sus actos o, simplemente, mostrar una completa indiferencia. En general, no dan ninguna compensación ni resarcen a nadie por su comportamiento. Pueden pensar que todo el mundo se esfuerza por «servir al número uno» y que uno no debe detenerse ante nada para evitar que le intimiden.

El comportamiento antisocial no debe aparecer exclusivamente en el transcurso de una esquizofrenia o de un episodio maníaco (Criterio D).

Síntomas y trastornos asociados

Los sujetos con trastorno antisocial de la personalidad frecuentemente carecen de empatía y tienden a ser insensibles, cínicos y a menospreciar los sentimientos, derechos y penalidades de los demás. Pueden tener un concepto de sí mismos engreído y arrogante (pensar que el trabajo normal no está a su altura, o no tener una preocupación realista por sus problemas actuales o futuros) y pueden ser excesivamente tercos, autosuficientes o fanfarrones. Pueden mostrar labia y encanto superficial y ser muy volubles y de verbo fácil (p. ej., utilizan términos técnicos o una jerga que puede impresionar a alguien que no esté familiarizado con el tema). La falta de empatía, el engreimiento y el encanto superficial son características que normalmente han sido incluidas en las concepciones tradicionales de la psicopatía y pueden ser especialmente distintivos del trastorno antisocial de la personalidad en el medio carcelario o forense, en el que los actos delictivos, de delincuencia o agresivos probablemente son inespecíficos.

Estos sujetos también pueden ser irresponsables y explotadores en sus relaciones sexuales. Pueden tener una historia de muchos acompañantes sexuales y no haber tenido nunca una relación monógama duradera. Pueden ser irresponsables como padres, como lo demuestra la malnutrición de un hijo, una enfermedad de un hijo a consecuencia de una falta de higiene mínima, el que la alimentación o el amparo de un hijo dependa de vecinos o familiares, el no procurar que alguna persona cuide del niño pequeño cuando el sujeto está fuera de casa o el derroche reiterado del dinero que se requiere para las necesidades domésticas. Estos individuos pueden ser expulsados del ejército, pueden no ser autosuficientes, empobrecerse e incluso llegar a vivir en la calle o pueden pasar muchos años en prisión. Los sujetos con trastorno antisocial de la personalidad tienen más probabilidades que la población general de morir prematuramente por causas violentas (p. ej., suicidio, accidentes y homicidios).

Estos individuos también pueden experimentar disforia, incluidas quejas de tensión, incapacidad para tolerar el aburrimiento y estado de ánimo depresivo. Pueden presentar de forma asociada trastornos de ansiedad, trastornos depresivos, trastornos relacionados con sustancias, trastorno de somatización, juego patológico y otros trastornos del control de los impulsos. Los sujetos con trastorno antisocial de la personalidad también tienen frecuentemente rasgos de personalidad que cumplen los criterios para otros trastornos de la personalidad, en especial los trastornos límite, histriónico y narcisista. Las probabilidades de desarrollar un trastorno antisocial de la personalidad en la vida adulta aumentan si el sujeto presenta un trastorno temprano disocial (antes de los 10 años) y un trastorno por déficit de atención con hiperactividad asociado. El maltrato o el abandono en la infancia, el comportamiento inestable o variable de los padres o la inconsistencia en la disciplina por parte de los padres aumentan las probabilidades de que un trastorno disocial evolucione hasta un trastorno antisocial de la personalidad.


Rodrigo Reinante